Con la eme

(de Madrid)


Ella dice que se adapta. Que se viste vintage y elegante por si desayuna por Goya y sale por Malasaña. Se pinta los labios de rojo y se pone bolso de marca, pero lleva los vaqueros gastados y agujeros en los calcetines. A veces tacones, a veces descalza. Y ojalá la conozcas porque es de las que impresionan. Tiene las piernas largas y siempre corre más que tú. Habla mil idiomas con la boca, mil y  uno con los ojos. Se levanta a la hora del último gin tonic y se acuesta cuando suena la primera alarma para irse a trabajar. Es caótica. Es intensa. Es de las que aparecen sin avisar para sacarte de casa. De las que usan un reloj sin pila. Siempre tiene una mirada viva, una sonrisa en la cara, un plan en la manga y un hueco en la agenda.
Y a ti te da vida. 
Pero a veces pasa: 
A veces no puedes estar a la altura de su entusiasmo. A veces, necesitas no abrirle la puerta, decirle que ya no quieres correr más, que se meta en su puta vida. Que te deje en paz. Ella no lo entiende porque no sabe lo que es un respiro. Y discutís. Y te vas dando un portazo, gritándole que ahí se queda. Que ojalá no la hubieras conocido nunca.
.
.
Pero en el fondo sabes que ya es tarde. 
Que ya la conoces, y que cuando se la conoce, no hay vuelta atrás. Porque aunque no os volváis a ver, al recordarla, siempre se reflejarán en tus ojos
el brillo de sus ganas de vivir. 





I. Miranda 

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