Su lugar

Tardó mucho en llegar allí, pero llegó: era el sitio más bonito del mundo. Tú no sabes cuál es. Yo tampoco, pero ella lo supo. Se paró y respiró muy hondo y sonrió muy fuerte. O al revés. Una sonrisa de labios quietos y costillas anchas. Una sonrisa que fue de la garganta a los ojos sin pasar por la boca. Le sonrió el alma. Ya sólo podía llenarse el pecho y subirse al borde. Y se tiró. 
Hubo poesía en su muerte.
Pero la juzgaron. La juzgaron porque no la entendieron. La juzgaron porque no habían estado allí. Es que no saben que si ellos supieran, como ella lo supo, que nunca volverían a sentir lo mismo, que nunca volverían a ser más felices que en ese momento,
también se dejarían caer. 


I. Miranda

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