Como el punto de la tortilla, la disyuntiva popular de si con cabeza o corazón.
Vivimos en un mundo con más obligaciones que sueños, que acogió la frustración como estado natural y en el que la alegría es un logro del que enorgullecerse. Que va rápido y en una sola dirección. En el que incluso en los arcenes hay un control. Vivimos en un mundo en el que nos vemos casi obligados a tener una estrategia, a pensar, a procesar, a entender, a aprender y a avanzar.
Y aún así, a veces, nos seguimos preguntando si con cabeza o con corazón.
Porque el fondo sabemos que algo no nos cuadra. Desde pequeños nos enseñan a actuar con cabeza, a ir con cabeza, a pensar con cabeza, valga la redundancia. Pero a controlar al corazón. Por eso nos convencimos de que la mente es fuerte, cuando realmente, el corazón lo es más. Aunque a veces nos las demos de valientes y digamos que sí, a él nunca le dejamos actuar sólo. Siempre supervisamos que lo esté haciendo bien. Le atamos en corto y olvidamos que sabe de sobra lo que quiere, y lo que no también. Sabe curarse, emocionarse, lamerse las heridas, volver a casa y llorar. Porque estamos aquí para ser. Así que no voy a decir que mi estrategia sea la mejor, pero se la presto a quién crea que le puede ayudar. Yo decido jugármelo todo a dejar para mañana lo que pueda pensar hoy.
Porque a veces, la razón no comprende que mover ficha no te va a hacer ganar. Que no tienes tejado para sujetar la pelota, ni fuerzas para alejarla de ti. Que no quieres soluciones ni necesitas un plan.
A lo mejor, mañana encuentras tus respuestas, pero lo único que va a curarte hoy, ahora, es la libertad de dejarte sentir, aunque sea mal.
I. Miranda
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