muros


A conciencia olvidaba el nombre 
de las calles que pisaba cada día.
No a veces
cada día. 
Se esforzaba por perderse y,
si en un descuido se encontraba
fingía otro para echar a correr. 
Y tampoco saludaba y olvidaba también
el acento florido del frutero,
la mirada vacía de la mano alargada
en la puerta del súper,
la melena negra de la leche caliente,
los gritos alegres del colegio de enfrente
y no creyendo ella en nada,
la voz arrugada del podéis ir en paz. 
A conciencia olvidaba todo
no a veces
cada noche
porque vivía con la pena del ojo por ojo
y una sola cosa se empeñaba en recordar:
tenía que olvidarlo todo 
porque todo, 
también lo olvidaría a ella. 

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