La revelación

 Hace unos días salí a pasear. 

No es que sea esto un hecho aislado, pero ese día no pedía paseo. Hacía de este frío que sugiere que te abrigues, pero que en cuanto das unos pasos, te empieza a sobrar la ropa. Ese frío que, si fuera persona, te diría "vamos a dónde tú quieras" pero durante el camino no pararía de repetirte que la suya habría sido una idea mejor. Ese frío hacía. Y llovía, también. También llovía. No mucho porque sino no habría sido un paseo sino una escenita. Llovía finito finito, que crees que no te va a molestar, pero te molesta. Lo cierto es que hacía un día de mierda. El peor día de la semana para pasear, era, pero salí porque hay paseos que hay que darlos. Son los paseos sufridos, los de pensar. Los que empiezan con un "necesito salir" y acaban con alguna revelación. O al menos ese era el plan. 

Así que paseé. Sin mucho rumbo, sin un destino claro y sin auriculares. Caminaba con la sensación de vacío, me pesaban los ojos y los pies y me fallaba la rodilla de vez en cuando por pura pereza. Y es que eso pasa. A veces solo tienes ganas de dormir pero yo, optimista de mí, intento luchar contra esos impulsos -ya ves tú - mediante el movimiento y a veces, incluso funciona. 

El caso es que, por primera vez en todo el camino, me crucé con un señor. Esto, considerado un imposible en lugares como Madrid, es algo frecuente en aldeas de Galicia, pero preferimos no hablar mucho de la suerte de caminar solos y rodeados de verde, por tal de no gafarlo. Era un señor de -calculo- más de setenta años que caminaba con un paso muy lento, con una gorra y apoyado en un paraguas cerrado. Me saludó al cruzarnos, como siempre pasa en Galicia, que no en lugares como Madrid, que la gente te saluda aunque no te conozca y, a veces, incluso te sonríe. Al devolverle el saludo me fijé en que llevaba en la mano una flor pequeñita con toda probabilidad recién arrancada del camino. Y he aquí la revelación que andaba buscando y que me sacó la primera pequeña sonrisa del día: 

Esas flores pequeñitas, estaban y seguramente lleven estando por toda esa zona,  muchos más años de los que tiene el señor. Esas flores pequeñitas las he visto yo durante toda mi vida e intuyo que ese señor las habrá visto también durante toda la suya. Sin embargo, una de ellas, ese día, le llamó la atención lo suficiente como para querer llevársela consigo. Como en El Principito, pensé. Esa flor esa tarde llamó la atención. Pensé en la flor siendo elegida, y en el señor: nunca es tarde para el asombro, pensé. Pensé, incluso, en un tercer sujeto involucrado que llegaría, quién sabe, a recibirla de su parte con sorpresa y agradecimiento. "Me ha regalado una flor, qué detalle tan bonito". Qué imagen tan tierna, cuánta esperanza.

Seguí el paseo satisfecha pensando, la verdad, en abrir una entrada del blog para escribir todo esto e inflarlo con un poco de poética y algún detalle inventado. Me estaba volviendo la motivación, el cuerpo me pesaba menos y pensando en eso, llegué al mar. Encima este paseo es precioso y termina en la ría. 

Deberes hechos, emprendo el camino de vuelta y unos minutos más tarde, para sorpresa de nadie, alcanzo de nuevo al señor, esta vez yendo en su misma dirección. Desde atrás lo observo y a medida que me acerco, compruebo que ya no está la flor en su mano. Que la habrá tirado por ahí.

Esta vez sí sonrío, sonrío de verdad. Pienso en que cogió esa flor porque le cuadró, por aburrimiento, esa flor y no otra pues porque sí. Pienso en que quizás cogió un puñado o quizás las coge cada día. O que la arrancó por fea. La arrancó, que no hay forma de que ese verbo suene bonito. Incluso lo que asombra, deja de asombrar. Vuelvo al tercer sujeto y me imagino una escena alternativa. 

-¡Te he traído una flor! 

- ¡Qué flor nin qué carallo! Si es manzanilla. 

Me fui a mi casa con la verdadera revelación del día:

Existen en el mundo horror y belleza en la misma proporción y solo hay una cosa peor que pasarse de dramático: pasarse de cursi. 

Al final, efectivamente, escribí en el blog mis conclusiones, que son estas y que me servirán, espero, como recordatorio para la próxima vez. Irene, cuando sientas que te pesan los pies, los ojos, que te fallen las rodillas y tengas ganas de dormir, duerme. 






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