Hablemos de tiempo.


Si quieres hablar de tiempo, hablemos.
Pero hoy hablemos del mío porque el tuyo no lo entiendo. El tuyo ahoga y suma en negativo. Tú le pides ayuda, le llamas enemigo y le confías tu redención. Así que si no te importa, mejor hablemos del que es espacio y no culpa ni excusa de libertad. 
Hablemos del que no propone la prisa ni la distancia. Del que no se ofrece como cura, y menos como solución. Del que sólo sabe ser recipiente de todo lo que quepa en él.




Hablemos del que habla de segundos en los que caben un guiño y una sonrisa. En los que caben el  que lo cambia todo y el no que te jode la vida. Un beso en la frente, una hostia en la cara, un choque de manos, un salto y un susto. Dos ya no.

Dos y tres caben en un minuto. Y un beso largo. Una caricia lenta, una noticia mala y una declaración de amor. En un minuto te lo piensas dos veces, recuperas el aliento y te tiras al mar. Falta un minuto para irte, para el metro, para llegar. Un minuto dura el abrazo de cuando llegas, pero no llega para el abrazo de cuando te vas. 
En una hora te tomas la cerveza que te alegra el día. En una hora te desahogas, te pones guapo para salir y un capítulo al llegar. En una hora quedamos, una hora para descansar. Una hora sólo. ¿Una hora aún? 
Y otro año que se va. En un año cambia todo. Hay que ver, un año y no ha cambiado nada. Año nuevo, cumpleaños y carnavales otra vez. Éste año sí. Otro año no. Éste verano. Feliz navidad. 
Y así, una vida.
Una vida en la que caben todos los segundos que faltaron y todos los que necesitaste para darte cuenta de que nunca iban a ser suficientes. 
Así que cuando me hables de tiempo, no me cuentes que te falta ni me digas que nos sobra. Cuéntame que has visto cómo se agarra a la piel. Que no te aprieta, que lo comprendes y sobre todo, que ahora estás orgulloso 
de todo lo que has metido en él. 

I. Miranda


Comentarios